De Dios y de la Santa trinidad

Capítulo 2

1. El Señor nuestro Dios es el único Dios vivo y verdadero (1 Cor. 8:4, 6. Deu. 6:4); cuya subsistencia está en Él mismo y es de Él mismo (Jer. 10:10. Isa. 48:12), infinito en ser y perfección, cuya esencia no puede ser comprendida por nadie sino solo por Él mismo (Éxo. 3:14); es espíritu purísimo (Jua. 4:24), invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones, es el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible (1 Tim. 1:17. Deu. 4:15, 16), que es inmutable (Mal. 3:6), inmenso (1 Rey. 8:27. Jer. 23:23), eterno (Sal. 90:2), inescrutable, todopoderoso (Gén. 17:1), infinito en todos los sentidos, santísimo (Isa. 6:3), sapientísimo, libérrimo, absolutísimo, que obra todas las cosas conforme al consejo de Su inmutable y justísima voluntad (Sal. 115:3. Isa. 46:10), para Su propia gloria (Pro. 16:4. Rom. 11:36); es amantísimo, clementísimo, misericordiosísimo, longánimo, abundantísimo en bondad y verdad, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, remunerador de los que le buscan con diligencia (Éxo. 34:6, 7. Heb. 11:6), pero también justísimo y terrible en Sus juicios (Neh. 9:32, 33), que odia todo pecado (Sal. 5:5, 6), y que de ninguna manera dará por inocente al culpable (Éxo. 34:7. Nahum 1:2, 3).

2. Dios, teniendo en Sí mismo y de Sí mismo toda vida (Jua. 5:26), gloria (Sal. 148:13), bondad y bienaventuranza (Sal. 119:68), es el único todosuficiente, en Sí mismo y para Sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas (Job 22:2, 3), sino manifestando solamente Su propia gloria en ellas, por medio de ellas, hacia ellas y sobre ellas; Él es la única fuente de todo ser, de quien, por medio de quien y para quien son todas las cosas (Rom. 11:34, 35, 36), teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer, por medio de ellas, para ellas o sobre ellas todo lo que le agrade (Dan. 4:25, 34, 35); todas las cosas están al descubierto y desnudas ante Sus ojos (Heb. 4:13), Su conocimiento es infinito, infalible e independiente de la criatura, de modo que para Él no hay ninguna cosa contingente o incierta (Eze. 11:5. Hch. 15:18); es santísimo en todos Sus consejos, en todas Sus obras y en todos Sus mandatos (Sal. 145:17); a Él se le debe, por parte de los ángeles y los hombres, toda adoración (Apo. 5:12, 13, 14), todo servicio u obediencia que como criaturas deben al Creador, y cualquier cosa adicional que a Él le plazca demandar de ellos.

3. En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo (1 Jua. 5:7. Mat. 28:19. 2 Cor. 13:14), de una misma sustancia, un mismo poder y una misma eternidad, teniendo cada uno toda la esencia divina, pero la esencia indivisa (Éxo. 3:14. Jua. 14:11. 1 Cor. 8:6); el Padre no es de nadie ni es engendrado ni procede de nadie, el Hijo es eternamente engendrado del Padre (Jua. 1:14, 18), y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Jua. 15:26. Gál. 4:6), todos infinitos, sin principio, por lo tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido en naturaleza y Ser, sino distinguido por varias propiedades relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de Él.