1. A todos aquellos que son justificados, Dios se dignó conceder de buena gana, en Su único Hijo Jesucristo y por causa de Él, el enorme privilegio de hacerlos partícipes de la gracia de la adopción, por la cual son incluidos en el número de los hijos de Dios, y gozan de sus libertades y privilegios; tienen Su nombre escrito sobre ellos, reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la gracia con confianza, son capacitados para clamar: -¡Abba! ¡Padre!-, son objetos de compasión, son protegidos, provistos y disciplinados por Él como por un Padre, pero nunca son desechados, sino que son sellados para el día de la redención; y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna (Efe. 1:5; Gál. 4:4, 5; Jua. 1:12; Rom. 8:17; 2 Cor. 6:18; Apo. 3:12; Rom. 8:15; Gál. 4:6; Efe. 2:18; Sal. 103:13; Pro. 14:26; 1 Ped. 5:7; Heb. 12:6; Isa. 54:8, 9; Lam. 3:31; Efe. 4:30; Heb. 1:14; 6:12).
2. Aquellos que son unidos a Cristo, que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creado en ellos en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, son también santificados aún más, real y personalmente, en virtud de esta muerte y resurrección, por medio de Su Palabra y Su Espíritu que habitan en ellos; el dominio de todo el cuerpo de pecado es destruido, y los diversos deseos del mismo son cada vez más debilitados y mortificados; y ellos son cada vez más vivificados y fortalecidos en todas las virtudes salvadoras, para la práctica de toda verdadera santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hch. 20:32; Rom. 6:5, 6; Jua. 17:17; Efe. 3:16-19; 1 Tes. 5:21-23; Rom. 6:14; Gál. 5:24; Col. 1:11; 2 Cor. 7:1; Heb. 12:14).
3. Esta santificación es por completo, en el hombre en su totalidad, aunque imperfecta en esta vida; aún quedan algunos remanentes de corrupción en cada parte, de donde surge una guerra continua e irreconciliable; el deseo de la carne siendo contra el Espíritu, y el del Espíritu contra la carne (1 Tes. 5:23; Rom. 7:18, 23; Gál. 5:17; 1 Ped. 2:11).
4. En dicha guerra, aunque la corrupción remanente prevalezca mucho por un tiempo (Rom. 7:23), aun así, la parte regenerada vence mediante la continua provisión de fuerzas por parte del Espíritu santificador de Cristo (Rom. 6:14); así los santos crecen en la gracia, perfeccionando la santidad en el temor de Dios, esforzándose en pos de una vida celestial, en obediencia evangélica a todos los mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha prescrito en Su Palabra (Efe. 4:15, 16; 2 Cor. 3:18; 7:1).