1. La luz de la naturaleza demuestra que hay un Dios que tiene señorío y soberanía sobre todo; que es justo, bueno y hace el bien a todos; y, por lo tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado, se debe confiar en Él y debe ser servido con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (Jer. 10:7. Mar. 12:33). Pero la manera aceptable de adorar al Dios verdadero está instituida por Él mismo (Deu. 12:32), y está tan delimitada por Su propia voluntad revelada, que no puede ser adorado conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres ni las sugerencias de Satanás, ni por medio de ninguna representación visible, ni de ninguna otra manera no prescrita en las Santas Escrituras (Éxo 20:4-6).
2. La adoración religiosa debe ser tributada a Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y solo a Él (Mat. 4:9, 10. Jua. 6:23. Mat. 28:19) —no a ángeles, ni a santos, ni a ninguna otra criatura (Rom. 1:25. Col. 2:18. Apo. 19:10)—; y desde la Caída, no debe ser tributada sin un Mediador (Jua. 14:6), ni por la mediación de ningún otro, sino solo por medio de Cristo (1 Tim. 2:5).
3. La oración con acción de gracias, al ser una parte especial de la adoración natural, Dios la demanda de todos los hombres (Sal. 95:1-7. Sal. 65:2). Pero, para que sea aceptada, debe ser hecha en el nombre del Hijo (Jua. 14:13, 14), por la ayuda del Espíritu (Rom. 8:26), conforme a Su voluntad (1 Jua. 5:14); con entendimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia; y cuando se ora con otros, debe hacerse en una lengua conocida (1 Cor. 14:16, 17).
4. La oración debe hacerse por cosas lícitas, y por toda clase de hombres que viven o vivirán más adelante (1 Tim. 2:1, 2; 2 Sam. 7:29); pero no debe hacerse por los muertos (2 Sam. 12:21-23), ni por aquellos de quienes se puede saber que han cometido el pecado que lleva a la muerte (1 Jua. 5:16).
5. La lectura de las Escrituras (1 Tim. 4:13), la predicación y oír la Palabra de Dios (2 Tim. 4:2; Luc. 8:18), la enseñanza y amonestación de unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantar con acción de gracias en nuestro corazón al Señor (Col. 3:16; Efe. 5:19), así como la administración del bautismo (Mat. 28:19, 20) y la Cena del Señor (1 Cor. 11:26) son todos partes de la adoración religiosa a Dios que deben realizarse en obediencia a Él, con entendimiento, fe, reverencia y temor piadoso; además, la humillación solemne con ayunos (Est. 4:16; Joe. 2:12), y acciones de gracias en ocasiones especiales, deben usarse de una manera santa y religiosa (Éxo. 15:1, etc.; Sal. 107).
6. Ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración religiosa está atada a, o se hace más aceptable por, ningún lugar en que se realice o hacia el que esté dirigida ahora bajo el evangelio, sino que Dios debe ser adorado en todas partes en espíritu y en verdad (Jua. 4:21; Mal. 1:11; 1 Tim. 2:8); tanto en cada familia en particular (Hch. 10:2) diariamente (Mat. 6:11; Sal. 55:17), como cada uno en secreto por sí solo (Mat. 6:6), así como de una manera más solemne en las asambleas públicas, las cuales no deben descuidarse o abandonarse ni por negligencia ni deliberadamente cuando Dios por Su Palabra o Su providencia llama a ello (Heb. 10:25; Hch. 2:42).
7. Así como la ley de la naturaleza es que, en general, una proporción de tiempo sea apartada por designio de Dios para la adoración a Dios, también por Su Palabra, con un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todas las edades, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete como día de reposo, para que sea guardado santo para Él (Éxo. 20:8); el cual, desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, fue el último día de la semana, y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de la semana, que es llamado «el día del Señor» (1 Cor. 16:1, 2; Hch. 20:7; Apo. 1:10); y debe continuar siendo guardado hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano, habiéndose abolido la observancia del último día de la semana.
8. Entonces, el día de reposo es guardado santo para el Señor cuando los hombres, después de una debida preparación de su corazón y haber ordenado de antemano debidamente sus asuntos cotidianos, no solo observan un santo reposo, durante todo el día, de sus propias labores, palabras y pensamientos acerca de sus ocupaciones y recreaciones en este mundo (Isa. 58:13; Neh. 13:15-23), sino que también se dedican todo el tiempo a los ejercicios públicos y privados de la adoración a Dios, y a los deberes que son por necesidad y por misericordia (Mat. 12:1-13).