1. En el principio agradó a Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo (Jua. 1:2, 3; Heb. 1:2; Job 26:13), para la manifestación de la gloria de Su poder, sabiduría y bondad eternos (Rom. 1:20), crear o hacer el mundo y todas las cosas que en él hay, ya sean visibles o invisibles, en el lapso de seis días, y todas buenas en gran manera (Col. 1:16; Gén. 2:1, 2).
2. Después que Dios hizo todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra (Gén. 1:27), con almas racionales e inmortales (Gén. 2:7), haciéndolos aptos para esa vida para Dios, para la cual fueron creados; siendo hechos a imagen de Dios, en conocimiento, justicia y santidad de la verdad (Gén. 1:26; Ecl. 7:29); teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones (Rom. 2:14, 15), y teniendo el poder para cumplirla; sin embargo, con la posibilidad de transgredir, al haber sido dejados a la libertad de su propia voluntad, la cual estaba sujeta a cambio (Gén. 3:6)
3. Además de la ley escrita en sus corazones, recibieron un mandato de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:17; y 3:8, 9, 10); y, mientras lo guardaron, fueron felices en su comunión con Dios y tuvieron dominio sobre las criaturas (Gén. 1:26, 28).