1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio consiste en su liberación de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios, del rigor y de la maldición de la ley (Gál. 3:13); y en ser librados de este presente siglo malo (Gál. 1:4), de la esclavitud a Satanás (Hch. 26:18) y del dominio del pecado (Rom. 8:3); del mal de las aflicciones; del temor a la muerte y del aguijón de la muerte (Rom. 8:28), de la victoria del sepulcro (1 Cor. 15:54-57) y de la condenación eterna (2 Tes. 1:10); también consiste en su libre acceso a Dios, y en rendir su obediencia a Él, no por un temor servil (Rom. 8:15), sino por un amor filial y una mente dispuesta (Luc. 1:74, 75. 1 Jua. 4:18). Todo lo cual era, en su substancia, común también a los creyentes bajo la ley (Gál. 3:9, 14); pero bajo el Nuevo Testamento, la libertad de los cristianos se ensancha aún más en su liberación del yugo de la ley ceremonial, a la cual la iglesia judía estaba sujeta; y en mayor confianza para acceder al trono de gracia, y en comunicaciones más plenas del libre Espíritu de Dios que aquellas de las que participaban ordinariamente los creyentes bajo la ley (Jua. 7:38, 39. Heb. 10:19, 20, 21).
2. Solo Dios es el Señor de la conciencia (Stg. 4:12, Rom. 14:4), y la ha dejado libre de las doctrinas y mandamientos de los hombres que sean en cualquier cosa contrarios a Su Palabra o que no estén contenidos en esta (Hch. 4:19 y 5:29. 1 Cor. 7:23. Mat. 15:9). Así que creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por conciencia es traicionar la verdadera libertad de conciencia (Col. 2:20, 22, 23); y exigir una fe implícita y una obediencia absoluta y ciega es destruir la libertad de conciencia y también la razón (1 Cor. 3:5. 2 Cor. 1:24).
3. Los que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado o abrigan cualquier deseo pecaminoso, como pervierten por ello el propósito principal de la gracia del evangelio, para su propia destrucción (Rom. 6:1, 2), por tanto, destruyen completamente el propósito de la libertad cristiana, que es, que siendo librados de las manos de todos nuestros enemigos, sirvamos al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de Él, todos nuestros días (Gál. 5:13. 2 Ped. 2:18-21).