De la libertad cristiana y la libertad de conciencia

Capítulo 20

1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio consiste en su liberación de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios, del rigor y de la maldición de la ley (Gál. 3:13); y en ser librados de este presente siglo malo (Gál. 1:4), de la esclavitud a Satanás (Hch. 26:18) y del dominio del pecado (Rom. 8:3); del mal de las aflicciones; del temor a la muerte y del aguijón de la muerte (Rom. 8:28), de la victoria del sepulcro (1 Cor. 15:54-57) y de la condenación eterna (2 Tes. 1:10); también consiste en su libre acceso a Dios, y en rendir su obediencia a Él, no por un temor servil (Rom. 8:15), sino por un amor filial y una mente dispuesta (Luc. 1:74, 75. 1 Jua. 4:18). Todo lo cual era, en su substancia, común también a los creyentes bajo la ley (Gál. 3:9, 14); pero bajo el Nuevo Testamento, la libertad de los cristianos se ensancha aún más en su liberación del yugo de la ley ceremonial, a la cual la iglesia judía estaba sujeta; y en mayor confianza para acceder al trono de gracia, y en comunicaciones más plenas del libre Espíritu de Dios que aquellas de las que participaban ordinariamente los creyentes bajo la ley (Jua. 7:38, 39. Heb. 10:19, 20, 21).

2. Solo Dios es el Señor de la conciencia (Stg. 4:12, Rom. 14:4), y la ha dejado libre de las doctrinas y mandamientos de los hombres que sean en cualquier cosa contrarios a Su Palabra o que no estén contenidos en esta (Hch. 4:19 y 5:29. 1 Cor. 7:23. Mat. 15:9). Así que creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por conciencia es traicionar la verdadera libertad de conciencia (Col. 2:20, 22, 23); y exigir una fe implícita y una obediencia absoluta y ciega es destruir la libertad de conciencia y también la razón (1 Cor. 3:5. 2 Cor. 1:24).

3. Los que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado o abrigan cualquier deseo pecaminoso, como pervierten por ello el propósito principal de la gracia del evangelio, para su propia destrucción (Rom. 6:1, 2), por tanto, destruyen completamente el propósito de la libertad cristiana, que es, que siendo librados de las manos de todos nuestros enemigos, sirvamos al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de Él, todos nuestros días (Gál. 5:13. 2 Ped. 2:18-21).