1. Dios, el supremo Señor y Rey de todo el mundo, ha constituido autoridades civiles para que estén subordinadas a Él y estén sobre el pueblo para Su propia gloria y el bien público; con este fin los ha armado con el poder de la espada, para la defensa y estímulo de los que hacen el bien y para castigo de los que hacen el mal (Rom. 13:1-4).
2. Es lícito que los cristianos acepten y ejerzan el cargo de autoridad civil cuando sean llamados a ello; en cuya administración, deben preservar especialmente la justicia y la paz, conforme a las leyes que sean sanas de cada reino y Estado; entonces, con este fin, ahora bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer la guerra lícitamente en ocasiones justas y necesarias (2 Sam. 23:3; Sal. 82:3, 4; Luc. 3:14).
3. Como las autoridades civiles son establecidas por Dios con los fines mencionados anteriormente, debemos sujetarnos en el Señor a todas las cosas lícitas que manden; no solo por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia; y debemos hacer rogativas y oraciones por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que bajo su gobierno podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad (Rom. 13:5, 6, 7; 1 Ped. 2:17; 1 Tim. 2:1, 2).