1. Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de Su voluntad, ha decretado en Sí mismo (Isa. 46:10. Efe. 1:11. Heb. 6:17. Rom. 9:15, 18), libre e inalterablemente, todas las cosas, todo lo que llega a suceder; pero, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado, ni tiene comunión con nadie en el mismo (Stg. 1:15, 17. 1 Jua. 1:5), ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, antes bien son establecidas (Hch 4:27, 28. Jua. 19:11), en lo cual se manifiesta Su sabiduría en disponer todas las cosas, y se manifiesta Su poder y fidelidad en el cumplimiento de Su decreto (Núm. 23:19. Efe. 1:3-5)
2. Aunque Dios sabe todo lo que podría o puede llegar a suceder en todas las condiciones que se puedan suponer (Hch. 15:18), aun así, nada ha decretado porque lo previera como futuro o como aquello que llegaría a suceder en tales condiciones (Rom. 9:11, 13, 16, 18).
3. Por el decreto de Dios, para la manifestación de Su gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados o preordinados para vida eterna, por medio de Jesucristo (1 Tim. 5:21; Mat. 25:41), para alabanza de la gloria de Su gracia (Efe. 1:5, 6); a otros se les deja actuar en su pecado para su justa condenación, para alabanza de la gloria de Su justicia (Rom. 9:22, 23; Jud. 4).
4. Estos ángeles y hombres así predestinados y preordinados están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no puede ser aumentado ni disminuido (2 Tim. 2:19; Jua. 13:18).
5. A aquellos de entre la humanidad que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación del mundo, conforme a Su propósito eterno e inmutable, y conforme al consejo secreto y beneplácito de Su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna, solo por Su libre y gratuita gracia y amor (Efe. 1:4, 9, 11; Rom. 8:30; 2 Tim. 1:9; 1 Tes. 5:9), sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, lo moviera a ello (Rom. 9:13, 16; Efe. 1:6, 12).
6. Así como Dios ha designado a los elegidos para gloria, de la misma manera ha preordinado, por el propósito eterno y libérrimo de Su voluntad, todos los medios para ello (1 Ped. 1:2; 2 Tes. 2:13); por lo tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo (1 Tes. 5:9, 10), son llamados eficazmente a la fe en Cristo por Su Espíritu obrando a su debido tiempo, son justificados, adoptados, santificados (Rom. 8:30; 2 Tes. 2:13) y guardados por Su poder, mediante la fe para salvación (1 Ped. 1:5); nadie más es redimido por Cristo, ni llamado eficazmente, ni justificado, ni adoptado, ni santificado, ni salvado, sino solo los elegidos (Jua. 10:26; Jua. 17:9; Jua. 6:64).
7. La doctrina de este profundo misterio de la predestinación debe ser tratada con especial prudencia y cuidado, para que los hombres que estén prestando atención a la voluntad de Dios revelada en Su Palabra y estén rindiendo obediencia a esta, puedan, por la certeza de su llamamiento eficaz, estar seguros de su elección eterna (1 Tes. 1:4, 5; 2 Ped. 1:10); así, esta doctrina proporcionará motivo de alabanza (Efe. 1:6; Rom. 11:33), reverencia y admiración a Dios, y de humildad (Rom. 11:5, 6), diligencia y abundante consuelo para todos los que sinceramente obedecen el evangelio (Luc. 10:20).