Del estado del hombre después de la muerte y de la resurrección de los muertos

Capítulo 30

1. Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo después de la muerte y ven corrupción (Gén. 3:19; Hch. 13:36), pero sus almas (que no mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio (Ecl. 12:7). Entonces, las almas de los justos son hechas perfectas en santidad, son recibidas en el Paraíso, donde están con Cristo y contemplan el rostro de Dios en luz y gloria, aguardando la plena redención de sus cuerpos (Luc. 23:43; 2 Cor. 5:1, 6, 8; Fil. 1:23; Heb. 12:23). Y las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen en tormento y total oscuridad, reservadas para el Juicio del gran Día (Jud. 6, 7; 1 Ped. 3:19; Luc. 16:23, 24).

2. En el último día, los santos que se encuentren vivos no dormirán, sino que serán transformados (1 Cor. 15:51, 52; 1 Tes. 4:17); y todos los muertos serán resucitados con sus mismos cuerpos, y no con otros cuerpos (Job 19:26, 27); aunque con diferentes cualidades, estos serán unidos otra vez a sus almas para siempre (1 Cor. 15:42, 43).

2. Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados para deshonra; los cuerpos de los justos, por Su Espíritu, serán resucitados para honra, y serán hechos en conformidad al propio cuerpo glorioso de Cristo (Hch. 24:15; Jua. 5:28, 29; Fil. 3:21).